martes, 11 de octubre de 2005

Ver llover

Me estoy volviendo demasiado caprichoso últimamente. Por unas cosas o por otras, me estoy dando algunos caprichos, incluso ostentaciones, que me tenía prohibidas hace apenas semanas, mientras dejo de hacer cosas que antes solía hacer. Vivo una etapa en la que le estoy dando la vuelta al calcetín, si bien no deja de ser la misma cosa intentando que sea del revés.
Hacía mucho tiempo que tenía ganas de ver llover por la ventana del autobús mientras pienso en la encrucijada o simplemente mientras no pienso nada. Oir llover en el autobús mientras leo un libro con una prisa calmada mientras el autobús llega a mi parada. Viendo llover por la ventana mientras escucho canciones que me marcaron época, mientras rememoro viejas historias que van adosadas a la pieza musical que resuena en mi cabeza.
Recuerdo cuando hace un lustro viajaba en autobuses con otras compañías que ya ni frecuento ni me frecuentan, salvo fugaces y caprichosas coincidencias en la calle o en esos mismos autobuses; la severidad de las matemáticas hace que dos lineas que parecen totalmente paralelas, pero que tienen una mínima desviación, haga que las dos líneas que parecían paralelas se vayan separando hasta lo inimaginable, o acaben una pisando a la otra para emprender ese viaje divergente a mayor velocidad todavía.
Ayer hablaba con Miguel sobre si cuesta mucho superar las relaciones cuando se acaban, y si dejan mucha huella para relaciones posteriores. Imagino que todos hemos visto o pensado alguna vez en el chiste del marinero que lleva su nombre en el brazo, un corazón debajo, y debajo del corazón lleva tachado María, Helena, Cristina, Olga, Mercedes, Juana, Luisa, y al final de todos esos nombres tachados, el último, sin tachar por ahora, Alicia. Creo que las relaciones en cierta forma son igual que el brazo del marinero. Se superan, pero dejan un rastro en nuestra piel psicológica. La relación que no deja ninguna señal es porque realmente no era una relación con todas sus letras. Al menos eso creo ahora jajajajaja!
Segovia y la lluvia me hacen recordar los países de las maravillas, que como dice el refrán, solo se saben apreciar cuando no se tienen, que no sabemos ver cuando están en nuestras manos debido a nuestra ignorancia, a nuestra inexperiencia, a que solo vemos cosas más superficiales, las que queremos ver, y no nos fijamos en las que realmente tenemos ante nuestras narices... O bien una mezcla de las tres cosas a la vez. Sea como fuere lo cierto es que igual ayer que hoy mirábamos por la ventana en aquel autobús, unas veces solo y otras en compañía, disfrutando del sosiego que deja ver llover mientras uno no se moja, mientras uno tiene frio pero tiene un abrigo o alguien que le abrigue en el autobús. Pero como en cualquier autobús cuando vas despistado, llega la parada, y tienes que salir corriendo porque se te cierra la puerta y te pasas de la estación a la que querías llegar, y tienes que salir corriendo sin darte cuenta a veces de que te dejas cosas que echarás de menos cuando sea demasiado tarde, pero es la moneda que hay que pagar muchas veces a cambio de ir en el autobús y poder pensar en paranoias, escuchar música, leer un libro, disfrutar de la compañía o simplemente, ver llover.

[Alicia expulsada al país de las maravillas][Enrique Bunbury][Radical sonora]

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