miércoles, 12 de julio de 2006

Olores

Siempre me he fijado en los olores de la gente. Esta extraña afición -he de confesar- algunas veces me ha llevado a desagradables situaciones. Llegué a la conclusión de que cada persona tiene un olor, su propio olor. A través de él puedes descubrir su auténtica personalidad. Están los muy perfumados: su falta de personalidad y baja autoestima les impide enfrentarse al mundo, al resto de la humanidad despiadada y sin tapujos que desplazaría a este tipo de personas por su olor. No pueden salir a la calle sin perfume, sin el olor fabricado. Se sienten inseguros, débiles y en su perfume está su escudo; también están los descuidados: rehúsan utilizar aromas artificiales. Más por dejadez y sólo lo hacen en ocasiones señaladas en las que quieren causar una buena impresión. Los aromas de estos perfumes –que es un intento más de la persona por formar parte de la naturaleza que destruye- se transmiten con facilidad, con ligeros contactos físicos.

Pero hay un olor que es imposible transmitir. El verdadero olor del alma. Éste sólo consigue brotar cuando corre por nuestras venas las flores de la primavera. El efecto anestésico que provoca el amor. Al segregar este olor, que sólo se produce cuando la química de los dos cuerpos es plena, podemos sentirnos las personas más afortunadas del mundo. Además, sólo se puede dejar rastro en los demás si hubo sentimientos puros. Nunca olerás a alguien con el que sólo practicas sexo una noche. No, eso no es así. El olor del alma está en un bote pequeño. No se desperdicia ante cualquier cuerpo desnudo. Espera el momento adecuado, en el que el corazón eclipsa la razón. Sin miedo a ser heridos. Siéntete afortunado cuanto huelas a alguien porque aunque el olor se vaya, has conseguido oler su alma. Lo más profundo de él o ella.

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