“Vete de aquí antes de que me recuerdes como la persona que te amargó la vida”: éstas fueron las palabras de Virginia hacia Mario. Apenas se habían tocado en todo el tiempo que llevaban viéndose. Sólo los típicos besos protocolarios de encuentros y despedidas. Pero entre ellos había algo más que un ardor físico. Eran sus mentes las que se excitaban al encontrarse. Convirtiéndose en grandes volcanes en erupción que enredaban sus lavas. Los dos se habían conocido tres meses antes durante una presentación de un proyecto en Barcelona. Ella era 4 años más joven, pero sin duda la más despierta y valiente. Mario se había embarcado dos años antes en un matrimonio sin futuro. El romance fue casi concertado por su familia tras salir de una fuerte depresión. Pensó que no conseguiría la estabilidad emocional tras salir de aquel trágico momento, por eso, cuando aquella chica se ofreció a compartir vida no se lo pensó. Subió a ese Titanic. -“Virginia, si no hacemos caso al corazón, que es el único que porta sentimientos verdaderos, ¿a quién se lo hacemos?” sentenció Mario. El gesto de la chica era el de comprender que lo que había oído era algo cierto. Salió de la pequeña y acogedora cafetería del barrio de Malasaña donde se habían citado. Mario pegó un último sorbo al café, ya frío, y cómo dotándolo de fuerzas salió en su busca. Sabía que no la podía dejar escapar. Durante su periodo de encierro psicológico había leído muchos libros de autoayuda. Demasiados, según exclamaba su madre, que era la encargada de limpiar la estantería semanalmente. En ellos, a parte de desarrollar su personalidad, había aprendido a no dejar escapar oportunidades en la vida por miedo. Y, aunque había obsequiado a Virginia con alguno de estos libros, ella nunca los leyó. Sólo los abría para releer una y otra vez las dedicatorias que Mario le escribía. Se encargaba de resumir en unas frases todo lo que había aprendido con ese libro, acompañado de unas palabras personales que para nada eran empalagosas ni remolonas. Había aprendido a redactar mientras trabajaba de joven en una floristería de la Plaza Colón. Leía, siempre a hurtadillas, miles de mensajes plagados de errores de sintaxis y ortografía de sus clientes.
viernes, 13 de octubre de 2006
Ensayo
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