martes, 16 de mayo de 2006

Velas apagadas


Por sorpresa llegó un Mes que se quedó con el primer puesto del podium, desplazando a los otros a obtener un insignificante accésit. Ni vino igual, ni se marchó de la misma forma. Un Mes que reabría la posibilidad de encontrarse con alguien de tu misma especie, almas gemelas, imanes inseparables... Cuando no lo esperaba, y aún oía desprecios, tú te colaste entre el cuerpo y el alma. Dónde es fácil entrar, pero muy difícil salir. El temor, ahora que ya te has ido, es el de no encontrar unos ojos que me llenen tanto como los tuyos. Me consuela saber que esa aprensión es compartida.
Solías llamar de madrugada, me hacías saltar de la cama para mirar si, efectivamente, eras tú quien marcaba mi número. Horas y horas de conversación inagotable en auténticas noches estrelladas. Con las que sólo podía, y no siempre, el sueño. Demasiado hacía ya que no se implicaban de igual forma que yo. Por eso, como un niño encaprichado me oponía a cortar el hilo que aún nos unía. Y que, realmente, era lo único que teníamos. Éramos un par de velas que resistían encendidas en la ventana, a la espera del gran vendaval y posterior tormenta que nos aguardaba, que nos apagaría.
La distancia nos mató. Aunque, no pudo asesinar los recuerdos de esta irrepetible historia que protagonizó semanas en nuestras vidas. La decisión de arrancar el cable anclado en la pared fue mutua. Era el momento de pasarlo mal pero no sufrir. De no olvidarnos. Con una bonita sonrisa, y un insuperable recuerdo, dijimos adiós. Quizá sólo hasta pronto. Y esperar a que llegue otra primavera que nos vuelva a unir, esta vez con mayor fortuna que la presente. Otro tren en el tú tengas el asiento de al lado. Aunque, pensar eso, sólo es intentar unir los trozos de hilo que, aún sin recoger, inundan el suelo de esta habitación que huele a ti.

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